No se conocen con seguridad las causas que pueden activar la esclerosis múltiple (EM) a una edad temprana. Posiblemente sean una combinación de predisposición genética y algún agente ambiental (puede que un virus o una bacteria) que actúe como un interruptor de activación. Por alguna razón, para la mayoría de las personas transcurren años desde la exposición al activador hasta que se desarrolla la enfermedad; para unas pocas, el proceso de activación sería más rápido.
Según algunos cálculos, únicamente entre un 2 y un 5 % de personas que padecen esclerosis múltiple (EM) tuvieron sus primeros síntomas antes de los 16 años. Lo más habitual es que los primeros brotes ocurran entre los 20 y los 40 años.
Puedes ver las características de la EM en otros colectivos en los posts Esclerosis Múltiple en la mujer y Esclerosis múltiple en el hombre.
Aunque queda mucho trabajo por hacer para desentrañar el origen de la enfermedad, hay dos aspectos fundamentales que tenemos claros: que no es hereditaria y que no se trata de una enfermedad contagiosa; por tanto, cuando se diagnostica a un menor, no hay lugar para la culpa o para el temor de que continúe con su escolarización.
La mayoría de los casos de niños y adolescentes que desarrollan EM lo hacen en la forma remitente-recurrente, es decir, alternan brotes en los que se manifiestan los síntomas con etapas de remisión, en las que estos se apaciguan.
Al igual que en los adultos, los síntomas de EM en un niño o un adolescente dependerán de las áreas del sistema nervioso que se vean afectadas. Estos pueden incluir fatiga, problemas de visión, debilidad o rigidez muscular, desequilibrio, sensación de hormigueo o entumecimiento, dolor, cambios en la función de la vejiga y el intestino, cambios emocionales, problemas en el habla y dificultades para pensar o recordar.
Algunos síntomas, sin embargo, pueden ser más específicos de la edad infantil. Así, por ejemplo, en los niños pueden darse convulsiones o cambios bruscos en el estado mental, como la letargia.
Se ha dicho que es posible que los niños sufran brotes o recaídas con más frecuencia, aunque también se recuperarían de ellos mejor que los adultos.
El diagnóstico en niños resulta algo más complejo que el de adultos, porque los criterios para la resonancia magnética no están tan bien definidos y no es de esperar que haya muchas lesiones antiguas detectables.
Otra cuestión es que, al no tratarse de algo habitual en la infancia, la EM puede confundirse con otras patologías que se presentan de manera similar, como la encefalomielitis aguda diseminada (EMAD) que aparece después de una infección o, en raras ocasiones, tras una vacunación.
Ante un diagnóstico de EM en una persona muy joven es importante tratar de transmitirle sensación de seguridad y resolverle las dudas de la manera más honesta, aunque adecuada a su edad. También es importante vigilar cambios de comportamiento que indiquen estrés para buscar la forma de manejarlo.
En estos aspectos –información y apoyo– puede estar la clave para afrontar el diagnóstico a una edad temprana.
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