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Tres personas mayores conversando

Según los manuales de Neurología y de Medicina Interna, como el tratado referente del Dr. Farreras [1], la forma más frecuente de esclerosis múltiple es la de tipo remitente-recurrente (o en forma en brotes), que es la que afecta a un 80 a 90% de los pacientes.

La esclerosis múltiple (EM) de tipo remitente-recurrente se caracteriza por un estado normal o basal en el que la enfermedad no manifiesta síntomas, interrumpido por la aparición de periodos de enfermedad sintomática. Los brotes se suceden en el tiempo con una periodicidad variable, pueden ser de mayor o menor gravedad y, tras su resolución, pueden dejar secuelas funcionales que se van acumulando con el tiempo, agravando los síntomas de la EM.

La aparición del brote, además de los síntomas de la esclerosis múltiple, conlleva la aparición de dudas sobre el futuro desarrollo de la enfermedad. ¿Cómo acabará este brote? ¿Es posible que este brote me deje secuelas, haciendo empeorar mi estado basal de la enfermedad? ¿Es probable que cada vez tenga brotes más graves y más cercanos en el tiempo?

La respuesta en la esclerosis múltiple, al igual que en muchas otras enfermedades, es diferente para cada individuo. Por ello es necesario un estudio personalizado por parte de un equipo de especialistas.

Sin embargo, numerosos organismos científicos - como el National Institute of Neurological Disorders and Stroke [2] - señalan que una mayor gravedad y frecuencia de los brotes indica un empeoramiento de la enfermedad. Y, por otro lado, el empeoramiento del estado basal tras un brote (es decir, no volver a la normalidad después de este brote y que deje secuelas) es un signo que indica que la enfermedad está avanzando.

Además, aunque menos frecuente, en los casos en los que existe aumento de frecuencia y gravedad de los brotes y no recuperación tras estos es posible que se esté produciendo la transformación a una forma más grave de esclerosis múltiple, como pueden ser las formas secundariamente progresivas y las progresivas-recurrentes.

Si cualquiera de estos es tu caso, no dudes en comunicárselo a tu neurólogo para que considere si es adecuado ajustar o modificar el tratamiento a tus nuevas circunstancias.

Además, aunque no percibas síntomas de la enfermedad por no encontrarte dentro de un brote, debes seguir el tratamiento y el seguimiento pautado por tu neurólogo para asegurarte un buen control de la enfermedad. 

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